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El pasado 15 de octubre se celebró en el Palacio de la Capitanía General de Barcelona el Acto conmemorativo del 300 aniversario de la creación de la «Real Academia Militar de Matemáticas y Fortificación de Barcelona», centro de formación, entre otros, de los ingenieros militares durante el siglo XVIII.
Se tiene constancia que ya desde las sociedades más antiguas se reguló la formación de los ejércitos y la conducta de sus miembros. El código de Hanmurabi, los fueros medievales y, entre nosotros, las Siete Partidas, son ejemplos de lo anterior. Más concretamente, la Partida Segunda se considera la primera de nuestras Ordenanzas Militares. Naturalmente, la formación de los oficiales no era ajena a ello. La Escuela de donceles de la corte de Alfonso XI puede considerarse el origen de las escuelas militares en España. El doncel de Sigüenza, Martin Vázquez de Arce, quien nos ha transmitido la armoniosa conjunción del libro y la espada, es un claro predecesor de nuestros actuales cadetes. El alcaide de donceles, o el propio Cid, podrían haber sido unos de los más conocidos profesores. Para el hispanista Richard Fletcher «el término “campi doctor” [campeador] era maestro del campo [militar] (…) instructor de prácticas militares».
La aplicación de la pólvora a fines militares modificó extraordinariamente el Arte de la Guerra, provocando innovaciones técnicas en las armas y en la organización de los ejércitos, apareciendo la Artillería y los Ingenieros, precisándose a partir de ese momento de conocimientos técnicos que hasta entonces no fueron necesarios. Tiro, fundición, física, química, matemáticas, fortificación, levantamiento de planos, así como fábricas, puertos, caminos, canales, etc… transformaron y tecnificaron los ejércitos para siempre.
Estos novedosos cambios exigieron la creación de academias, como la Escuela de Artillería de Burgos en 1539, considerándose el primer centro de enseñanza militar en España. Felipe II propició la creación de una «Academia de Mathemáticas y Arquitectura Militar» en el antiguo Real Alcázar de Madrid, dirigida por el arquitecto militar Juan de Herrera, conocido por su obra en El Escorial. Por Matemáticas hay que entender las ciencias en general, así como otras disciplinas íntimamente relacionadas, como aritmética, geometría, arquitectura, hidráulica, etc…
En 1597 se crea también en Madrid la «Cátedra de Matemáticas, Fortificación y Artillería» dirigida por Julio Cesar Firrufino. En este tiempo fueron celebres las Academias de Artillería de Milán y Cádiz, entre otras. De todas ellas sobresale la «Academia Real y Militar del Exercitos de los Payses Baxos» en Bruselas, cuyo plan de estudios de cuatro cursos, constaba de dos ciclos, uno general para todas las Armas de dos cursos, y un segundo ciclo de otros dos cursos, específicos para artilleros e ingenieros, constituyendo así un claro precedente de nuestra Academia General Militar.
Tras la pérdida de los Países Bajos, la Corona quiso implantar en terreno peninsular el exitoso sistema de enseñanza de Bruselas. «La Real Academia Militar de Matemáticas y Fortificación de Barcelona» fue organizada por D. Jorge Próspero de Verboon, teniente general, nombrado por el Rey «Ingeniero general de mis ejércitos, plazas y fortificaciones de todos los reinos provincias y Estados de S.M». Inaugurada el 15 de octubre de 1720, cumple ahora su tercer centenario, fue el primer centro docente militar español dedicado, entre otros, a la formación de los oficiales del Cuerpo de Ingenieros. Allí se impartieron los estudios más avanzados que se enseñaban entonces en España. Tuvieron que transcurrir 140 años para que se crease en nuestro país la primera escuela civil de ingeniería.
Se ubicó inicialmente en la Ciudadela y posteriormente se trasladó al Convento de San Agustín. Sus directores y profesores fueron destacados ingenieros militares, sobresaliendo entre ellos Don Pedro Lucuce, con quien la Academia alcanzó su mayor esplendor. El plan de estudios seguía el de Bruselas, con dos ciclos de dos cursos de nueve meses cada uno. Los dos primeros cursos, que constituían el primer ciclo, estaban destinados a impartir los conocimientos comunes para todos los oficiales del Ejército y, el segundo ciclo, compuesto por el tercer y cuarto curso, estaban destinados a la formación específica de los oficiales de Artillería e Ingenieros.
La enseñanza era eminentemente practica, de carácter no especulativo, y contemplaba un amplio abanico de materias: Matemáticas (Aritmética, Geometría, Álgebra, Trigonometría), Física y Mecánica, Hidráulica, Arquitectura, Artillería, Óptica, Astronomía, Geografía, etc…
Quienes superaban el plan de estudios obtenían el correspondiente diploma y se incorporaban a las unidades con el compromiso de trasladar sus conocimientos al resto de la oficialidad; o bien, podían ingresar en el Cuerpo de Ingenieros. Los cambios operados a principios del siglo XIX trajeron el cierre de esta Academia en 1803. La creación en 1764 de la Academia de Artillería de Segovia, que constituye actualmente la academia militar en activo más antigua del mundo, aconsejó el traslado de la Academia de Ingenieros a Alcalá de Henares y la de las Armas no facultativas, Infantería y Caballería, a Zamora, concluyendo así un exitoso proyecto que sentó las bases de las actuales Academias Militares.
El lema de la Academia “Nunc Minerva, Postea Palas” podría traducirse por “Primero el conocimiento, después la acción” aludiendo a Minerva y Palas, diosas de la Sabiduría y de la Guerra respectivamente, y que, en mi opinión, define muy bien la estrechísima relación existente entre conocimiento y milicia. Sin suficientes conocimientos de las ciencias militares, hoy como ayer, es imposible ser un buen oficial.