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Al morir en 1252, Fernando III «el Santo» dejó a su hijo alfonso X (1221-1284), llamado «el Sabio», los reinos unidos de Castilla y León. La unión de los dos reinos fue permanente. El rey Fernando había añadido a sus reinos nuevos territorios conquistados a los musulmanes, principalmente en el sur de la península. Estos territorios incluían Córdoba, Sevilla y Murcia. El propio Alfonso participó en la conquista de estas dos últimas plazas junto a su padre.
El 1 de junio de 1252, Alfonso accedió al trono del reino cristiano más importante de España. Desde el comienzo de su reinado, el rey puso en marcha un programa cultural en el que destacaron la ciencia, el derecho y posteriormente la historia y la poesía. En este impulso cultural tiene gran importancia el uso de la lengua romance castellana, con el que pretendía llegar a una audiencia más amplia en el conjunto de sus súbditos. Al mismo tiempo, toda esta producción constituye el legado en el que se basa la primera cultura en castellano, tanto desde el punto de vista lingüístico como intelectual. Por otra parte, redactó de su propia pluma las Cantigas de Santa María en la lengua culta del momento en la corte, el galaicoportugués, lo que constituyó una gran aportación al prestigio de esta lengua romance.
En el plano político y militar, el legado alfonsí no resulta tan importante como cabría esperar del impulso de su padre a la empresa de la Reconquista. Precisamente por la gran expansión territorial experimentada, se ocasionaron problemas sociales y de creación de estructuras que impidieron continuar con el mismo brío la soñada expulsión del invasor musulmán. Conquistó Jerez y Cádiz y realizó expediciones contra Salé y el puerto de Rabat. Fracasó en sus aspiraciones al trono del Sacro Imperio Romano Germánico al que tenía derecho como hijo de Beatriz de Suabia.
Alfonso desarrolló activamente una política económica beneficiosa para el reino. Reformó la Hacienda y la moneda y otorgó la concesión de numerosas ferias. El Honrado Concejo de la Mesta, que tanta importancia adquirió posteriormente, fue también reconocido por el rey en 1273.
El revés más doloroso del monarca fue la muerte en 1275 de su primogénito y sucesor al trono Fernando de la Cerda. Los últimos años de su reinado fueron ensombrecidos por el conflicto sucesorio que desembocó en abierta rebelión de su segundo hijo, Sancho, al que se unió gran parte de las ciudades y la nobleza. En una situación de verdadera guerra civil, Alfonso quedó confinado en Sevilla, donde moriría en 1284, tras haber desheredado a su hijo Sancho.