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El rey castellano Fernando III «El Santo» (1199-1252) había iniciado la conquista, para las armas cristianas, de la parte meridional de la península Ibérica, conquistando Úbeda en 1233 y Córdoba (capital del antiguo califato y conquista que conmocionó al mundo musulmán) en 1236.
Mientras, y a lo largo de 1238, el emir nazarí Muhammad I, primer emir de esta dinastía que constó de veinte miembros, el último de los cuales fue Boabdil (Muhammad XI), consolida el Emirato en Granada con la anexión de Almería, Málaga, la campiña cordobesa, algunas plazas de Jaén y la zona del Estrecho. Muhammad I consigue, este año de 1238, el máximo dominio territorial que alcanzará la dinastía nazarí, aunque sólo lo mantendría ocho años, ya que esta gran expansión territorial despierta el recelo de los reinos cristianos, especialmente de Fernando III de Castilla quien, en la primavera de 1244, conquista Arjona y, posteriormente, la ciudad de Jaén donde se produce el «pacto de Jaén» por el que Muhammad I se declara vasallo del rey cristiano.
El rey Fernando III continua su ofensiva en el valle del Guadalquivir y, entre 1240 y 1243, toma ciudades sin apenas resistencia: Almodóvar del Río, Luque, Lucena, Montoro, Aguilar de la Frontera, Baena, Écija, Marchena, Morón de la Frontera, Osuna y Estepa entre otras. En 1248 rinde, asimismo, la ciudad de Sevilla tras superar las cadenas del río que protegían la ciudad, mientras su hijo, el príncipe Alfonso, comienza la conquista de la taifa de Murcia, incorporando Alicante, Elche, Orihuela, Murcia, Lorca y Cartagena a la Corona de Castilla.
En 1252, el rey Alfonso X de Castilla, el que fue llamado «El Sabio», se ciñe la corona castellana tras la muerte de su padre, el rey Fernando III, en un momento en el que a muy pocos observadores les quedaban dudas sobre el inevitable final de la empresa reconquistadora y la inminente desaparición del Islam peninsular independiente. El rey Alfonso no fue un monarca especialmente guerrero, pero supo continuar con la obra iniciada por sus predecesores. Así, en 1253 conquista las plazas de Tejada, Lebrija, Arcos de la Frontera y Jerez de la Frontera, en 1262 conquista la taifa de Niebla (lugar donde, según la tradición, se empleó por vez primera la pólvora con fines militares) y en 1264 se unían a esas conquistas muchas más plazas, llegando a Cádiz.
En 1264, Muhammad I, ayudado por «voluntarios de la fe» norteafricanos, inicia una violenta sublevación en Jerez que tuvo eco triunfal en muchos otros lugares del valle del Guadalquivir, lo que obligó al rey Alfonso a tomar medidas excepcionalmente duras y pedir ayuda al rey Jaime I de Aragón. Finalmente dispuso que las Órdenes Militares de Caballería ocuparan las tierras donde los mudéjares habían sido expulsados.
El emir Muhammad II subió al trono, a la muerte de su padre, en 1273 y tuvo que renovar en Sevilla el vasallaje de su padre hacia Castilla, lo que llevaba aparejado el abono de la fabulosa suma de 300.000 maravedíes. Granada, que se hundía en la recesión económica, no podía hacer frente a pago semejante. Por ello, el segundo monarca nazarí, pactó una alianza militar contra Castilla con los nuevos amos del norte de África, los benimerines del sultán Abu Yusuf, bereberes que ya dominaban el Norte de África (Marruecos). A cambio de esta ayuda militar los benimerines exigieron la entrega de las plazas de Algeciras, Gibraltar, Málaga y Tarifa, que sumarían a la de Ceuta, ya en su poder. Ello significaba, con toda crudeza, el cierre del Estrecho a toda navegación cristiana, no sólo peninsular sino europea.
El 13 de mayo de 1275 las vanguardias africanas de los benimerines desembarcaban en Tarifa, dando con ello inicio a la denominada Campaña del Estrecho, largo conflicto que se extendió desde 1275 hasta 1350, en el que se enfrentaron los reinos de Castilla, Aragón, el sultanato benimerín y el reino nazarí de Granada y que marcó la definitiva pérdida de poder de los musulmanes en la Península.
Los benimerines se convirtieron en la fuerza musulmana predominante en esta zona de España, dominio que se extendió hasta la decisiva victoria española y portuguesa en la Batalla del Salado, en octubre de 1340, que sería el principio del fin de la presencia benimerín en la Península.
José Emilio Roldán Pascual