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A partir de finales del siglo XIV hasta principios del XVI los Estados con los que se iniciaban los tiempos modernos incluyeron una corriente simbólica entre las banderas que representaban sus respectivas monarquías. España no fue una excepción y en esas banderas se incluían castillos, barra carmesí o bandas engoladas.
Después, y hasta que termina el siglo XVII, por falta de una adecuada reglamentación, la profusión de banderas en las tropas y las tierras españolas fue enorme: de todos los tamaños y colores, con los más variados diseños, y tan sólo tenían en común, cuando representaban a España, la cruz roja de San Andrés o de Borgoña, que la dinastía austriaca aportó a nuestra Patria.
A partir de finales del siglo XVII es cuando la bandera se convierte en algo sustantivo que, de forma lenta y gradual, pasaría a ser el símbolo de la Patria. Felipe V dio un paso importante para España y es a partir de 1707 cuando por disposiciones sucesivas se reglamenta la forma, tamaño, diseño, color y uso de las banderas de la nación y la de todas las unidades de su Ejército y declara como bandera general de sus Estados la de color blanco (color propio de los Borbones) con las armas reales, que en los regimientos recibió el nombre de “coronela” para distinguirla de las de batallón, que sólo llevaban la cruz roja de Borgoña. La primacía que se dio a esta enseña la convirtió en el símbolo de España y condensó, durante casi un siglo, el sentimiento patriótico de los españoles.
Con el transcurso de los años la profusión de banderas de color blanco, enseñas representativas de muy diversos Estados europeos, hizo que Carlos III, después de escoger entre doce modelos que se le presentaron, para evitar los “inconvenientes y perjuicios” que podía ocasionar la bandera blanca que usaba la Armada, equivocándose con las de otras naciones, dictara en Aranjuez el decreto de 28 de mayo de 1785, en el que decía:
«… he resuelto que en adelante usen mis Buques de guerra de Bandera dividida a lo largo en tres listas, de las que la alta y la baxa sean encarnadas y del ancho cada una de la cuarta parte del total y la de enmedio amarilla, colocándose en ésta el Escudo de mis Reales Armas, reducido a los dos quarteles de Castilla y León, con la Corona Real encima…».
Recogía esta enseña los colores dominantes en la heráldica nacional y en la tradición de nuestros blasones (Castilla, Aragón, Navarra, …) y su uso fue extendiéndose pronto a otros campos siendo su empleo casi general en todos los estamentos nacionales, hasta el punto de llegar a convertirse, por decisión de nuestro pueblo, en el símbolo representativo de nuestra Nación.
En 1790 se ordenó que ondeara en los “puestos y fuertes de la Marina y costas” custodiados por el Ejército de Tierra. A partir de 1808, los colores rojo y amarillo (gualda) fueron empleados por el pueblo en su lucha contra los franceses, siendo oficializados como colores de las Cortes de Cádiz y de la Milicia Nacional.
Las disparidades en el diseño y uso de la bandera fueron suprimidas por el segundo gobierno de Joaquín María López que, el 13 de octubre de 1843,dictó un Real Decreto en el que declaraba como símbolo único y honroso de la Patria española a la Bandera roja y amarilla exponiendo la necesidad de la supresión de las diferencias entre el pabellón nacional y los particulares que existían en los diferentes cuerpos del Ejército de Tierra, ordenando la unificación de todas las banderas y estandartes del Reino de España.
José Emilio Roldán Pascual