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El día 20 de abril de 1741 el guipuzcoano Blas de Lezo frustraba, de manera definitiva, el ataque de la flota británica a Cartagena de Indias, en la actual Colombia. Fue ésta una de las grandes victorias militares españolas de todos los tiempos.
Un permanente empeño británico era lograr plazas fuertes en el Golfo de Méjico y en el mar Caribe, en el que disponía ya de algunas islas (Jamaica la más importante), para con ello intentar el desmantelamiento del imperio español, y Cartagena de Indias era una plaza vital, ya que por allí pasaba la mayor parte del tráfico comercial con América, así como los metales preciosos que procedían de Potosí y del Perú.
Inglaterra movilizó para esta operación una fuerza impresionante, la mayor fuerza naval hasta entonces jamás reunida (sólo superada por la empleada en la operación de desembarco en Normandía, en la Segunda Guerra Mundial), compuesta por 186 buques y 27.600 hombres comandada por el Almirante Edward Vernon,
Ante esta fuerza se encontraba Cartagena, defendida por unos pocos hombres, de tal manera que la superioridad británica se estimaba de ocho a uno. El Almirante Vernon estaba tan seguro de su victoria que encargó, por anticipado, una colección de monedas conmemorativas, pero frente a él se hallaba un genio militar excepcional: el guipuzcoano Blas de Lezo, al que llamaban “medio hombre” porque a lo largo de su vida militar se había dejado en combate un brazo, un ojo y una pierna.
Lezo era un marino de una gran experiencia y poseía unos conocimientos tácticos fuera de lo común. A fuerza de modificar las cureñas de los cañones, las entradas de los puertos y las trincheras defensivas llegó a convertir el desembarco inglés en un auténtico infierno.
El Almirante Vernon esperaba una campaña rápida y se encontró con un penoso avance ante el castillo de San Felipe, en el que se acumulaban las bajas. La última baza de Blas de Lezo fue la orden de cavar fosos al pie de las murallas de la ciudad, de forma que cuando los ingleses pusieron sus escaleras de asalto comprobaron que no eran suficientemente altas. Mientras, los cadáveres ingleses se acumulaban en el campo, donde se descomponían debido al calor, y las enfermedades diezmaban a los atacantes.
Ya en el último ataque inglés, Lezo actuó con una reserva de marineros que se lanzaron sobre los sorprendidos ingleses, causando con ello la desbandada de los atacantes y su reembarque definitivo.
Vernon, que se negaba a aceptar la derrota, siguió con un continuo cañoneo sobre las posiciones españolas, hasta que el 8 de mayo comenzó la retirada británica, que finalizó el 20 de ese mes, y la contabilidad de bajas inglesas fue desolador: 3.500 muertos en combate, otros 2.500 por enfermedades y 7.500 heridos. El desastre, en lo que atañe a los barcos, fue asimismo impresionante: los ingleses perdieron 50 barcos además de 1.500 cañones capturados o destruidos por los españoles. Los británicos se apresuraron a recoger las monedas que conmemoraban su abortada victoria, para ocultar, de esta forma, su humillación.
Blas de Lezo no sólo había logrado una trascendental victoria, sino que había contribuido, de manera importante, a salvar el imperio.