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Durante el reinado de Carlos III, los Reales Ejércitos, presentes desde Alaska a Tierra de Fuego, y desde Filipinas a Nápoles, constituían junto con la Real Armada, una impresionante maquinaria que garantizaba el dominio de las posesiones de la Corona Española distribuidas por, literalmente, todo el arco solar. El gobierno de los Ejércitos era, pues, antesala de otra tarea aún más formidable: el gobierno de la Corona. Regidos hasta ese momento por unas ordenanzas promulgadas en 1726 por Felipe V, la práctica en la guerra, y la evolución de la vida en la paz, habían aconsejado una renovación buscando eficacia, justicia y economía en los Reales Ejércitos.
Las Reales Ordenanzas de Carlos III ven la luz en un momento de pujanza de la Monarquía Española, de hecho, en su momento de mayor extensión. La derrota de las armas francesas en la Guerra de los 7 años (1756-1763) contra el Reino Unido -derrota que a la postre sería la causante de la Revolución Francesa- había llevado consigo la transferencia de la Luisiana a la corona española. Este es el momento de mayor extensión geográfica de las posesiones de la Corona.
En esta situación, y asumiendo la incompatibilidad de los intereses franceses e ingleses, el Marqués de la Ensenada había planteado una estrategia por la cual España debía sumar con el ejército británico más fuerzas que el francés, y con la armada francesa más fuerza que la británica, convirtiéndose por tanto en el árbitro en cada momento. Se imponía por tanto elaborar una norma, que complementando a la que regía en la Armada (Ordenanzas de la Real Armada de 1748) permitiesen el buen gobierno y empleo de ese instrumento estratégico en todo el mundo.
Así, siendo Secretario Universal de Despacho de la Guerra el navarro Miguel de Muzquiz y Goyeneche, Conde de Gausa, sucesor del Marqués de la Ensenada, se dieron a la imprenta los tres tomos de las «Ordenanzas de S.M. para el régimen, disciplina, subordinación y servicio, de sus Exércitos» que, desde su entrada en vigor, el 22 de octubre de 1768, han regido en su espíritu a los ejércitos españoles hasta la fecha. Como dice Vicente Rodríguez Casado, las Reales Ordenanzas de Carlos III definen honor y disciplina de manera «sólidamente perdurable», de manera que su eco resuena hoy en los cuarteles de España.
Desde el punto de vista de la instrucción y el empleo de la fuerza militar, las RR.OO. beben de dos fuentes: la escuela táctica prusiana -lo que implica una suerte de «regreso» a los principios tácticos del Marqués de Santa Cruz de Marcenado, uno de los inspiradores de Federico II, la gran figura militar del momento-; y por otra parte las experiencias de los Reales Ejércitos en Italia. Consecuentemente se pierden progresivamente las referencias organizativas y tácticas francesas que tuvieron en su origen los ejércitos borbónicos. Progresivamente, y a estas alturas del siglo XVIII ya de manera clara, tanto la organización como el funcionamiento de la Armada y del Ejército son ya netamente españoles.
Luis Bárcenas
