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El 1 de noviembre de 1506, Fernando el Católico hace su entrada triunfal en Nápoles, consolidando de esta forma su derecho sobre un reino que quedaría unido a la monarquía hispana por dos siglos, hasta el fin de la Guerra de Sucesión Española en 1714.
El Reino de Nápoles constituía una preciada ambición para los reyes de Aragón que, en su expansión mediterránea, encontraban en estos territorios una base para garantizar el comercio de la corona y un dique al expansionismo otomano.
En 1441 el ejército de Alfonso V el Magnánimo, en competencia con Francia, puso sitio a Nápoles, que finalmente cayó el 2 de junio de 1442. El Reino de Nápoles quedaba unido a la Corona de Aragón. A su muerte en 1458 sin descendencia legítima, el reino se desgajó de la Corona de Aragón al ser nombrado sucesor al trono uno de sus hijos ilegítimos, que pasó a ser Ferrante I de Nápoles. Los estados peninsulares de la corona aragonesa pasaron a su hermano Juan II, padre de Fernando el Católico.
Las triunfantes campañas italianas de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, frente a las tropas francesas de Luis XII, y de forma muy significativa las batallas de Ceriñola y Garellano, forzaron a los franceses a firmar, el 1 de enero de 1504, la Capitulación de Gaeta y su retirada de Nápoles, que se reincorporaba, como Virreinato, a la Corona de Aragón.
Miguel Ángel Ballenilla y García de Gamarra