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El 10 de octubre se conmemora la firma, en 1850, por el marqués de Molins, del Real Mandato de la reina Isabel II para la construcción de un Panteón de Marinos Ilustres.
En realidad, este Panteón tiene su origen en la Iglesia Parroquial de la Purísima Concepción, situada en la Población Militar de San Carlos, proyecto urbanístico promovido por el rey Carlos III para traslado de las dependencias de la Armada desde Cádiz a la Isla de León (actualmente San Fernando), por escasez de espacio y por proximidad al arsenal de la Carraca.
Por Real Orden de 14 de marzo de 1786 se aprobaba el primer presupuesto para la construcción de la Iglesia y de la Población Militar, obras proyectadas por Francisco Sabatini y que serían dirigidas, primero por el ingeniero, capitán de navío Vicente Imperial Digueri y posteriormente por Gaspar de Molina y Zaldívar, marques de Ureña.
El 2 de julio de ese mismo año se procedía a la colocación de la primera piedra por el Capitán General del Departamento D. Luis de Córdova y Córdova, y al día siguiente, 3 de julio, comenzaron las obras dirigidas por el capitán de navío Vicente Imperial Digueri, que tenía a sus órdenes al arquitecto, el teniente de fragata Antonio Noriega de Bada, y como maestros de obras a Ramón Estrada y Antonio Barrionuevo.
Aunque al principio las obras avanzaron al ritmo deseado por el monarca, pronto acusaron los problemas derivados de la situación político-económica por la que atravesaba España en aquella época y que se agudizaron finalmente con la batalla de Trafalgar. Así, a finales de 1789 se produjo el relevo en la dirección de obras de Vicente Imperial Digueri por Gaspar de Molina y Zaldívar, quien un año más tarde propuso la paralización de las obras para dar prioridad a otras de necesidad más urgente. Esta propuesta no agradó al monarca, que ordenó que continuasen las obras de la Iglesia, aunque a menor ritmo, compatibilizándolo con las de mayor urgencia. En 1794 se paralizan por falta de dinero, aunque se vuelven a reanudar al año siguiente, por Real Orden del 28 de abril de 1795, para finalizar la construcción de Santísimo Sagrario. Tras el desastre de Trafalgar, en 1805, se paralizan definitivamente las obras y el conjunto del proyecto.
En 1845, tras la apertura del Colegio Naval de San Carlos, se reanudaron de nuevo y, recogiendo la iniciativa de varios jefes de la Armada, el Ministro de Marina, D. Mariano Roca de Togores, marques de Molins, elevó una propuesta a la reina Isabel II para que en las ruinas de la Iglesia se levantara un monumento dedicado a ilustres marinos. Ello motivó el Real Mandato del 10 de octubre de 1850, en el que se ordena «[…]con la mayor prontitud posible se concluya y habilite dicho templo, destinándose a capilla del contiguo colegio y panteón de marinos ilustres […]», siendo la primera vez que se hace referencia al uso de dicha Iglesia como panteón.
El 15 de noviembre de 1854, por parte del director del Colegio Naval, se informa de la finalización de las obras de los sepulcros de Jorge Juan, Juan Jose Navarro, Gravina, Luis de Córdoba, Álava, Valdés y Rodriguez de Arias. Se realizó su inauguración el 19 de noviembre coincidiendo con la onomástica de la reina Isabel II. La bendición e inauguración, como tal panteón, se produjo el 2 de mayo de 1870
Sin embargo, el Panteón de Marinos Ilustres no alcanzaría el estado actual de acabado hasta el año 1959, fecha en que se dieron por finalizadas las obras realizadas por la E.N. Bazán. Durante estas obras se procedió a cubrir completamente el recinto, se le dotó de altar con retablo, lapidario y otras terminaciones que configuran su estado actual.
Es un edificio de estilo neoclásico del que destaca su sobria y monumental fachada, su vestíbulo de planta elíptica y la iglesia de tres naves dotada de una cúpula de crucero. Alberga numerosos monumentos funerarios y conmemorativos que rinden homenaje a casi un centenar de marinos ilustres que destacaron por su alto sentido del honor y del deber, tanto en el campo de batalla como en el desarrollo de las ciencias y las letras.
Son dignos de especial mención la Nava del Cenotafio, situada justo debajo del altar, especie de estanque con agua de los cinco océanos, en recuerdo y homenaje a todos los marinos que reposan en las profundidades de los mares. Y también una placa con la inscripción «acuérdate también señor de los enemigos que murieron luchando contra nosotros en combate, con nobleza y con honor», muestra de la generosidad y respeto de la Armada con sus enemigos en el campo de batalla.
Jesús Manrique Braojos