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A las siete de la mañana de este día, la escuadra franco-española del mando del almirante Villeneuve, la española estaba bajo el mando del teniente general de la Real Armada D. Federico Gravina y Napoli, recibía la orden de abandonar el fondeadero de la bahía gaditana y, un par de horas más tarde, quedaba en franquía.
Tras los borrascosos consejos de comandantes, en los cuales los franceses llegaron a acusar a los españoles de faltos de valor, cuando el verdadero motivo de la salida era el conocimiento que tenía Villeneuve de que su relevo, el almirante François Étienne de Rosily-Mesros, se encontraba en la diligencia camino de Cádiz para relevarlo y consciente de que perder el favor del Sire era casi peor que perder la vida. Los españoles, buenos conocedores del clima local, sabían que el temporal estaba por llegar, llegaría tres días después destrozando parte de lo salvado del combate, pero las prisas de Villeneuve se impusieron.
Al mediodía de ese mismo día y de acuerdo con las instrucciones recibidas, la línea quedó formada por divisiones (cinco, las tres del cuerpo fuerte: vanguardia, centro y retaguardia, y las dos de la escuadra de observación: teniente general Gravina y contralmirante Magon) con los buques intercalados por nacionalidad, pues los españoles tenían la experiencia (Tolón, 22 de febrero de 1744 y Finisterre, en 23 de julio próximo anterior) de la falta de combatividad francesa (que, en parte, se verá confirmada en Trafalgar con la huida de la división del contralmirante Dumanoir, cuando se vio convertida en vanguardia).
Y con esa línea formada en orden mejor del que correspondería a la falta de adiestramiento de la mayoría de los buques y a las escasas dotaciones de marinería de la escuadra española, arrumbaron en demanda del Estrecho con viento bonancible del sur-sureste, que pronto fue rolando al sur y, ante la bajada del barómetro, los barcos tuvieron que tomar rizos a las gavias.
A las tres de la tarde, habiendo amainado el viento, ordenó Villeneuve virar por redondo a un tiempo (giro simultáneo) y poner francamente la proa al Estrecho, largar los rizos y formar en cinco columnas paralelas.
Al ocaso de este mismo día, la combinada, que pasó de 5 a 3 columnas, navegaba con tiempo bonancible en demanda del Estrecho, con la esperanza de que si por fin saltaba el temporal del suroeste quedaría a salvo en mediterráneas aguas. Por los cálculos efectuados a la vista de las señales (al cañón y con cohetes) de los ingleses, sabían que los ingleses les pisaban los talones a unas 2 millas de distancia.
Antes de la medianoche, Gravina recomendó formar línea de combate sobre los navíos más sotaventeados, lo cual se ejecutó quedando la combinada, más o menos, en línea de barullo, con viento flojo del oeste y marejadilla del noroeste, olvidándose de la función de la escuadra de observación que debería haberse situado a barlovento para poder acudir adonde fuese necesario.
Así finalizó la singladura previa y se levantaba el telón para el «desastre del 21 de octubre».
José M. Blanco Núñez