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El 13 de junio se conmemora la muerte en Toledo del inventor, matemático, relojero, astrónomo e ingeniero Juanelo Turriano, en 1585.
Juanelo nació en la región de Lombardía, en Cremona, en torno al año 1500, en el seno de una familia humilde. No se dispone de demasiada información sobre su infancia. Su padre contaba con un pequeño negocio relacionado con los molinos y parece ser que en sus primeros años se dedicó al pastoreo, de donde le vino la afición a la observación astronómica.
Lo que sí parece demostrado, a juzgar por su actividad, es que era un joven despierto, muy inteligente, ambicioso y emprendedor. En una primera etapa cautivó el interés y la atención de personajes importantes de su entorno, como el reconocido físico, médico y filósofo Giorgio Fondulo, que ejerció un papel importante en su educación.
Su interés por las matemáticas, la mecánica y la astronomía le llevaron a entrar muy joven de aprendiz en un taller de relojería, que en aquellos tiempos era considerada como la tecnología punta. Una vez aprendido el oficio, montó su propio taller y durante muchos años fue el encargado del reloj del Torrazo, la principal torre de Cremona.
De su villa natal dio el salto a Milán, donde fue llamado por Francisco II Sforza para hacer una reparación de lo que iba a ser un regalo para el emperador, consiguiendo finalmente que se le encargase un reloj nuevo. Pronto entró en contacto con la corte imperial, consiguiendo ser recibido por primera vez por Carlos V en 1545, promovido por Alfonso de Ávalos, gobernador de la ciudad, ofreciéndose a reparar sus relojes y a diseñar y construir nuevos y más avanzados modelos. Su ofrecimiento levantó muchos recelos por su carácter innovador y por lo ambicioso del proyecto, pero su desparpajo cautivó al rey que le nombró Relojero de Corte. Finalmente cumplió con lo prometido construyendo un reloj que tendría más de 1.800 piezas, conocido con el nombre de Planetario, lo que le sirvió para la asignación por parte del emperador de una pensión anual de 100 ducados.
Posteriormente el rey le encargó un nuevo modelo, conocido como el Cristalino, del que podía observarse toda la maquinaría y que le valió una gran fama, tanto por su precisión como por ser capaz de indicar las posiciones del Sol, la Luna y los otros planetas conocidos en la época.
En 1556, llega a España acompañando al rey Carlos I, quien se retira en la casa palacio que había mandado construir junto al monasterio de los Jerónimos en Yuste, pasando a un segundo plano y dejando el trono a su hijo Felipe II. Juanelo acompañó al rey hasta su muerte en 1558, formando parte de su círculo reducido de confianza.
Felipe II, a la muerte de su padre, le mantuvo en la corte nombrándole Matemático Mayor, duplicándole la asignación anual, y participando en esta época en la reforma del calendario juliano a petición del Papa Gregorio XIII.
Aparte de sus conocimientos en el campo de la relojería destaca también por sus trabajos en el campo de la hidráulica, siendo quizás el más conocido el Artificio de Juanelo, una verdadera obra de ingeniería de la época pensada para surtir de agua del Tajo a la capital de Toledo.
Se trata de una máquina hidráulica capaz de elevar agua, a presión atmosférica, desde el rio Tajo a los depósitos del Alcázar, punto más alto de Toledo, salvando un desnivel de 100 metros con una pendiente media superior al 30%. Utilizaba como energía motriz la propia energía hidráulica del agua del río y mediante una serie de cucharas y brazos de madera, convenientemente engarzados, que trabajaban en torres verticales, era capaz de salvar el desnivel y las distancia entre ambos puntos. La capacidad de trasvase alcanzó la cifra de 17.000 litros al día en pleno rendimiento, superando en un 50% la cantidad inicialmente prevista.
Juanelo firmó un contrato en 1565 con el ayuntamiento de Toledo en el que se comprometía a sufragar por cuenta propia la obra y a cobrar únicamente en caso de que llegase a buen fin. En 1569 finalizan las obras y a pesar del éxito, no recibió el dinero ya que el Alcázar, propiedad del rey, se negó a compartir el agua con la ciudad. Las autoridades del ayuntamiento se negaron a pagar ya que no recibían el servicio. Esto dio lugar a que Juanelo construyese un segundo artificio, que fue entregado en 1581, y que sí proveía de agua a la ciudad, pero al parecer tampoco se cumplieron las condiciones económicas y supuso su ruina.
Juanelo Turriano no era muy aficionado a documentar sus proyectos ni a escribir grandes tratados, lo que ha impedido que a lo largo del tiempo se conozcan sus obras con detalle. Aunque en un principio se le atribuyó la autoría de los “Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas”, estudios posteriores lo han descartado.
Aun así, son numerosas las actuaciones que se relacionan con su buen hacer, tales como el diseño de las campanas del Monasterio del Escorial a petición de su amigo Juan de Herrera, la construcción de la presa del pantano de Tibi, en Alicante, el invento de una ametralladora rudimentaria o el diseño de aparatos voladores y muñecos articulados.
Hoy en día Toledo, donde vivió desde 1563 hasta su muerte el 13 de junio de 1585, rinde homenaje al que fue llamado el Arquímedes Renacentista, ingeniero e inventor de renombre internacional, dedicándole una de las calles más emblemáticas del casco antiguo de la ciudad, conocida como “Calle del Hombre de Palo”, en honor a la leyenda extendida por toda la ciudad según la cual construyó un autómata de madera, capaz de mover piernas y brazos, con el fin de recolectar limosnas y conseguir el sustento en sus últimos años de penuria.