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Acabada la Segunda Guerra Mundial en el año 1945, el mundo, tras la conflagración más grande que la humanidad haya vivido jamás, entra en una etapa conocida como Guerra Fría, materializada esencialmente por dos grandes bloques, liderados por los Estados Unidos y la Unión Soviética. De resultas de la contienda, gran parte de Europa central y del este se encontraba bajo la esfera de influencia y control de Moscú, situación que Churchill definió con la frase «Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de acero».
Para frenar la influencia de la Unión Soviética sobre el continente europeo y garantizar la seguridad de los países que se encontraban fuera de la esfera soviética, nace la Organización del Tratado del Atlántico Norte en el año 1949.
Con la Guerra Fría en pleno apogeo –ya había tenido lugar el bloqueo de Berlín por parte soviética entre el año 1948 y 1949, el nacimiento de la China comunista de Mao en el año 1949, la guerra de Corea (1950-1953), etc.– y auspiciado por Moscú, se firma el Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua en la ciudad de Varsovia el 15 de mayo de 1955. Este acuerdo militar, mucho más conocido bajo el término Pacto de Varsovia, estaba formado por la Unión Soviética, Albania, Alemania Oriental (Alemania se encontraba dividida tras la Segunda Guerra Mundial), Bulgaria, Checoeslovaquia (las actuales República Checa y Eslovaquia), Hungría, Polonia y Rumanía.
El ingreso de la Alemania Federal en la OTAN en el año 1955 constituyó el argumento revulsivo para que Moscú, que ambicionaba crear unas estructuras de control aún más fuertes con sus estados satélites de Europa Central y del Este, decidiera dar ese paso. Sólo la Yugoslavia de Tito, en todo el este de Europa, quedó al margen y devino finalmente en un «Estado no alineado».
El propósito del Pacto quedó establecido en los once artículos que conforman el Tratado, y donde se citaban cuestiones tales como contribuir a evitar la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales (Artículo 1), la asistencia mutua (Artículo 4) o la independencia, respeto a la soberanía y no injerencia en los asuntos internos de las naciones firmantes (Artículo 8). La integración en mayor medida (si cabía) de los espacios y de las fuerzas armadas de los países satélites de Europa bajo la esfera de la Unión Soviética –pues se creó un Mando Combinado– proporcionó a Moscú una ingente masa de efectivos militares y un amplio espacio que, desde la óptica moscovita, por primera vez en la historia posibilitaba una sustancial potencia de combate y un amplio cinturón que, a modo de espacio tapón. podría servir como paliativo a la secular sensación de amenaza constante e inseguridad rusa.
Sin embargo, y paradójicamente (o no) las tropas Pacto de Varsovia tuvieron su bautismo operacional no frente al otro bloque, el occidental, sino sobre uno de los propios países firmantes del Tratado. Así, intervino en Hungría en el año 1956 para aplastar los intentos de reforma que aparecían en el país, e igualmente se empeñó en Checoeslovaquia en el año 1968, pues tras la llamada «Primavera de Praga» el país pretendió abordar amplias reformas políticas y económicas, lo cual no era del grado de Moscú, que respondió de manera masiva, invadiendo el país con más de medio millón de efectivos. En Checoeslovaquia entraron fuerzas militares de todos los países del Pacto menos de Rumanía –el Presidente Ceausescu condenó la invasión ni de Albania, pues las relaciones entre Tirana y Moscú se encontraban ya muy deterioradas. Albania viraba progresivamente hacia Pekín y el país se encontraba de facto fuera del Tratado desde el principio de la década, si bien denunció formalmente el mismo y se retiró un mes después de la invasión de Checoeslovaquia.
El Pacto de Varsovia se mantuvo como una amenaza militar existencial sobre occidente, lo cual fue motivando que, paulatinamente, la mayor parte de las naciones europeas fueran solicitando el ingreso en la OTAN.
La caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 constituyó un poderoso símbolo y señal adelantada del desmoronamiento del bloque soviético. Tras la reunificación alemana en 1990, la parte oriental dejó de ser parte del Pacto de Varsovia, el Tratado entró en una vía muerta y el fin del mismo corría paralelo al de la influencia soviética en Europa, lo cual motivó que se formalizara su disolución el 1 de julio de 1991. Cinco meses después lo haría la propia Unión Soviética. Todos los antiguos países del pacto de Varsovia acabarían ingresando en la OTAN, hecho que es una fuente constante de críticas desde Moscú, que alega la existencia de garantías verbales dadas por los Estados Unidos en el año 1990 relativas a que esto no se produciría, que la OTAN no se expandiría hacia el este, junto con el alegato relativo a que, acabada la Guerra Fría, Moscú disolvió el pacto de Varsovia, pero occidente no hizo lo propio con la OTAN.
Hoy, 14 de mayo de 2022, el Pacto de Varsovia no existe –pues así lo decidieron sus países miembros– y la OTAN contempla como nuevas naciones solicitan o se plantean el ingreso en la Alianza. En tiempos complejos, juntos se es más fuerte.
Pedro Sánchez Herráez