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A lo largo del año 1937, las tropas nacionales habían conquistado el norte de la península y ya planeaban un asalto general sobre la capital, Madrid.
El Ejército Popular de la República intentó contrarrestar la iniciativa nacional mediante una doble ofensiva que presionara simultáneamente en Badajoz, cortando en dos la zona sublevada, y en Teruel, ciudad débilmente defendida por las tropas al mando del coronel Domingo Rey d’Harcourt (seis mil hombres más tres mil voluntarios).
Para el gobierno de Negrín era de suma importancia capturar una capital de provincia, cosa que no había conseguido desde el inicio de las hostilidades. Al interés estratégico se unía, fundamentalmente, el interés propagandístico.
El Frente Popular acumuló más de cien mil hombres para conquistar Teruel: tres Cuerpos de Ejército, procedentes del Ejército de Levante, a las órdenes del coronel Hernández Saravia. El 15 de diciembre, en medio de una gran nevada y un intenso frío, las tropas republicanas iniciaron la ofensiva con la vanguardia formada por la XI División, al mando de Enrique Lister. Fue la batalla de la nieve y el frío, una batalla que se inició el 15 de diciembre de 1937 y duró hasta el 22 de febrero de 1938.
La ciudad cayó tras dos semanas de resistencia. Fue la única capital de provincia que el Ejército Popular pudo ganar en toda la guerra. Pero las tropas nacionales pasaron rápidamente a la contraofensiva, contraofensiva prevista por las tropas republicanas, pero que les sorprendió por la rapidez de su actuación.
Con tres Cuerpos de Ejército, a las órdenes del general Dávila, las tropas nacionales establecieron un largo frente que frenó drásticamente el avance republicano y así, con temperaturas de hasta veinte grados bajo cero, los dos bandos combatirían en torno a Teruel durante los dos siguientes meses.
Como en anteriores ocasiones, el mando del Frente Popular subestimó tanto la capacidad de resistencia de las plazas fuertes nacionales como la capacidad y velocidad de respuesta de las tropas de Franco. La guarnición de Teruel aguantó, literalmente, hasta el último cartucho para dar tiempo a que los Cuerpos de Ejército de los generales Varela y Aranda comparecieran en el frente, momento en que los sitiadores pasaron a ser sitiados.
Las tropas republicanas que habían tomado la ciudad, y que habían partido a descansar, fueron llamadas de nuevo al combate. Una de esas unidades, la 84 Brigada Mixta, protestará y sus mandos fusilarán a más de 50 soldados. Mientras, las tropas nacionales iban realizando un gran movimiento envolvente en torno a la ciudad.
El 7 de febrero de 1938, en la última fase de esta batalla (batalla de Alfambra), la 1ª División de Caballería, al mando del general Monasterio, protagonizó una carga que, probablemente, haya sido la última de estas características en la guerra moderna ya que, cruzando el río Alfambra por tres sitios, tres mil jinetes campo a través consiguieron aterrorizar al enemigo y provocaron la retirada desordenada de las tropas republicanas.
Simultáneamente a esta acción, los Cuerpos de Ejército de los generales Yagüe y Aranda avanzaron con enorme rapidez hasta cercar a las ya desmoralizadas tropas republicanas.
La ruptura total y el hundimiento de este frente se produjo el 22 de febrero, costando al Ejército Popular la pérdida de 800 kilómetros cuadrados, veinte mil muertos, catorce mil prisioneros y un tercio tanto de sus aviones como de sus carros de combate.
El ejército nacional también sufrió grandes pérdidas, en torno a los diecisiete mil muertos, pero la victoria le permitió abrir el camino hacia el Mediterráneo. La guerra civil se acercaba a sus fases decisivas.
José Emilio Roldán Pascual