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El 16 de abril de 1828 muere en Burdeos Francisco de Goya y Lucientes. Goya no fue, en absoluto, un pintor que cultivara las temáticas militares, pese a ser ésta muy común entre sus contemporáneos. La vida de la milicia apenas se refleja en su abundante producción, tanto de óleos como dibujos y grabados. Sí dedicó retratos a algunos militares, como los generales Antonio Ricardos (1793), José Urrutia ((ca.1798) o José de Palafox a caballo (1814). También retrató en atuendo militar a los reyes Carlos IV y Fernando VII. En el de este último, realizado para la Escuela de Ingenieros de Caminos, hoy en el Museo del Prado, Goya, sorprendentemente, desarrolla un fondo de campamento militar al pie del rey, muy similar al fondo de batalla del retrato de Fernando VII que posee el Cuartel General del Ejército. Ciertamente, unos y otros pueden ser considerados una aportación de Goya a la retratística, más que a la pintura de tema militar.
Sin embargo y pese a esta ausencia de temas militares en su producción, Goya ha pasado a ser uno de los artistas que mejor ha plasmado el hecho y las consecuencias de la guerra, no solo a través de su serie de grabados Los desastres de la guerra, sino también por dos de sus más grandes y significativas obras, firmadas en 1814: El Dos de mayo en Madrid o La lucha con los Mamelucos y El Tres de mayo en Madrid o Los fusilamientos. Ambos cuadros fueron encargados por la Regencia con motivo del regreso triunfante de Fernando VII a Madrid en la primavera de 1814 y finalmente pagados por el rey una vez recuperado su poder absoluto.
En estas dos obras, el elemento militar solo está representado por el ejército francés del general Murat. Sin que aparezca la más mínima alusión al ejército español, el verdadero héroe y a la vez víctima es el español de a pie, el pueblo en armas. Algunos ven en ello un rechazo de Goya a la milicia, cuando en un sentido mucho más amplio su actitud fue de rechazo a la guerra, guerra que él mismo conoció y sufrió.
La lucha con los Mamelucos o El dos de Mayo en Madrid nos sitúa en medio de una lucha encarnizada y desproporcionada entre el pueblo llano levantado en armas y los temibles Mamelucos y Dragones de la Guardia Imperial. La historia, de la que como espectadores aún no sabemos el final, no podría estar mejor contada e incluye todos los elementos propios del género pictórico “de batallas”: el movimiento, la composición compleja, la abundancia de personajes, el color intenso, el dramatismo creado por la sorpresa… Los Fusilamientos, por el contrario, nos cuentan las crueles consecuencias de aquel enfrentamiento desigual: vemos a los mismos héroes anónimos de la mañana sometidos y ajusticiados en la madrugada del día siguiente. Ni siquiera merecen morir batiéndose en el campo de batalla, sino que son ignominiosamente fusilados entre sombras.
La fuerza expresiva de ambos cuadros solo se explica por ser éstos obra de un genio. El primero logra transmitirnos la profunda furia, una furia justa resultado de la desesperación, tanto de españoles como de franceses. Al cabo, estos también luchan por su vida. El segundo, en cambio, produce al espectador un sentimiento hondo de dolor por lo que, a todas luces, consideramos un final injusto. También en este caso Goya se detiene en los vencedores, de quienes podemos pensar que cumplen a disgusto con un ingrato deber.