Busque en el archivo de publicaciones o dentro de este sitio web
Juan de la Cuesta fue el afortunado editor que recibió el encargo de publicar en su modesta imprenta madrileña la primera parte de la que se convertiría en la novela más universal: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. La obra salió a la luz el 16 de enero de 1605, en un formato muy modesto y plagado de erratas del que sobreviven unos 30 ejemplares de los 1800 de su tirada inicial.
El valor de El Quijote como obra cumbre de la literaria en castellano y segundo libro más leído tras la Biblia es indiscutido. A él se suma el interés de su vinculación con la milicia, una vinculación personal de su autor con la vida de las armas que se trasluce en varios pasajes de la obra, algunos claramente autobiográficos. Así, Cervantes hablará con conocimiento de causa y por boca de El Quijote sobre el oficio del soldado, sobre sus virtudes y valores y también sobre sus sacrificios y penurias. No en vano fue soldado de infantería, batalló en el Mediterráneo, fue herido en Lepanto y sufrió cinco años de cautiverio aderezados con varios intentos de fuga.
Todo ello se plasma inevitablemente en sus obras y muy especialmente en la primera parte de El Quijote, a través del célebre Discurso de las armas y las letras, del Relato del cautivo y en el Diálogo entre el cura y el canónigo. En estos tres memorables capítulos sale a relucir su pensamiento y formación militar, elogiando una vida llena de sinsabores, pero también de honra, entendimiento, voluntad, abnegación, espíritu de servicio, obediencia, sacrificio… virtudes todas ellas que no solo estaban insertas en el ideal del caballero andante que se supone es quien habla, sino también en el veterano soldado que las describe y defiende.