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La guerra contra Inglaterra (1796-1802) produjo graves problemas económicos a España y, tras la derrota de Trafalgar (1805), también la pérdida de fuerzas navales que defendieran las costas españolas. A partir de esos momentos la oposición al Gobierno recayó sobre las clases bajas, principales perjudicadas por la crisis económica, a lo que hay que sumar el descontento de la nobleza y la impaciencia del príncipe de Asturias, Fernando, en ceñirse la corona, así como la acción de los agentes de Napoleón y el núcleo de aristócratas que apoyaban al heredero de la Corona, recelosos del poder que iba acaparando Manuel Godoy y escandalizados por las relaciones de éste con la reina María Luisa de Parma.
El Tratado de Fontainebleau, de 27 de octubre de 1807, preveía, de cara a una nueva invasión hispanofrancesa de Portugal, el apoyo logístico de nuestra nación a las tropas imperiales durante su tránsito por España, así los franceses ya el 18 de octubre entraron en territorio español, al mando del general Junot, para llegar a la frontera portuguesa el 20 de noviembre.
Sin embargo, los planes de Napoleón iban más allá, y sus tropas fueron tomando posiciones en importantes ciudades y plazas fuertes españolas (Salamanca, Burgos, Barcelona, Figueras, Pamplona, San Sebastián,…) con objeto de conseguir el control de la península Ibérica y derrocar a la dinastía de los Borbones para suplantarla por su propia dinastía en el convencimiento de contar con el apoyo popular, confirmando con ello las sospechas del propio Godoy, primer ministro y hombre fuerte del país, que veía peligrar su poder con la toma del control del territorio peninsular por unas fuerzas de 65.000 soldados franceses.
A comienzos de 1808 la Corte española se encontraba muy enfrentada en dos bandos antagónicos: el formado por los Reyes y su primer ministro Godoy y el integrado por el príncipe heredero, Fernando, su confesor Escoiquiz y el grupo de nobles conocido como la «camarilla». Este segundo grupo pretendía que el Rey abdicara a favor de su hijo.
En medio de una crisis política y social explosiva, la familia real, incluido el príncipe Fernando, se refugia en el palacio real de Aranjuez, con la intención de, si las cosas empeoran, seguir camino hacia el sur, hacia Sevilla y embarcarse allí para América, como había hecho, el 27 de noviembre anterior, el príncipe Juan VI de Portugal, exiliándose a Brasil. Godoy también se recluye en su propio palacio de Aranjuez.
En la noche del 16 de marzo los partidarios de Fernando empiezan a agitar al pueblo y Godoy se acerca al palacio real a informar a Carlos IV lo que se estaba tramando, pero éste le contesta «duerme en paz esta noche, Manuel mío, yo soy tu escudo y lo seré toda la vida».
Al día siguiente, 17 de marzo, estalla el motín con una muchedumbre formada, fundamentalmente, por empleados de los nobles dirigida por aristócratas camuflados del partido fernandino, entre los que destaca el conde de Teba, encaminándose hacia el palacio Real y el palacio de Godoy.
La multitud asalta el palacio de Godoy, destrozando y quemando todo lo que encuentran a su paso. El motín dura dos días. El 19 encuentran a Godoy escondido entre unas esteras. Los agitadores apresan al valido y lo trasladan al cuartel de Guardias de Corps bajo una lluvia de golpes e insultos siendo, finalmente, salvado por la intervención del príncipe Fernando.
Pocas horas después, al mediodía de ese 19 de marzo, Carlos IV abdica y cede la corona a su hijo. Ya es rey Fernando VII, pero por poco tiempo ya que el mariscal Murat toma Madrid y la ciudad es ocupada por los soldados franceses mientras que el propio Fernando es llevado a Bayona, con el emperador.
El motín de Aranjuez, del que se cumplen hoy doscientos catorce años, representa uno de los primeros estertores de la agonía del Antiguo Régimen en España y la chispa que prendió la llama del alzamiento popular del 2 de mayo y, con ello, el inicio de la Guerra de la Independencia.
José Emilio Roldán Pascual