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El 18 de abril se conmemora el aniversario de la firma, en 1951, del Tratado de Paris constitutivo de la fundación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero.
Tras las catastróficas consecuencias de la II Guerra Mundial, los distintos líderes europeos se afanaron por buscar instrumentos de adhesión entre diversos países, con intereses comunes, que en cierta medida dificultasen los continuos enfrentamientos que habían culminado en esta segunda guerra mundial. El interés económico fue sin duda uno de los que se contempló desde el primer momento, en la creencia cierta de que, si varios países se aglutinaban en torno a este interés común, dificultaría el enfrentamiento entre ellos y, por el contrario, fortalecería la cooperación y los lazos de unión.
La explotación de sectores del carbón y de la siderurgia en determinadas zonas, ahora en poder de los aliados, empezó a sembrar el desasosiego en la parte alemana al sentir que sus intereses económicos se veían muy perjudicados por la ausencia de una autoridad supranacional que vigilase dicha explotación.
El legítimo interés de Francia de luchar por una paz duradera, le llevó a trabajar en un plan que fue dado a conocer el 9 de mayo de 1950, por el entonces ministro francés de Asuntos Exteriores, Robert Schuman, quien dio nombre a dicho plan, y que fue muy bien acogido por Alemania.
Las ideas fuerza de dicha declaración quedan reflejadas en las siguientes frases:
«La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan».
«Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho.»
«La puesta en común de las producciones de carbón y de acero garantizará inmediatamente la creación de bases comunes de desarrollo económico, primera etapa de la federación europea, y cambiará el destino de esas regiones, que durante tanto tiempo se han dedicado a la fabricación de armas, de las que ellas mismas han sido las primeras víctimas».
Un año más tarde de esta declaración, el 18 de abril de 1951, seis países firman un tratado para gestionar en común sus industrias del carbón y del acero. Estos seis países fueron Alemania, Francia, Italia, los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo. El 23 de julio de 1952, con la entrada en vigor del tratado se crea la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA).
Su objetivo era establecer un mercado común del carbón y del acero, asegurar la libre circulación y competencia, eliminando aranceles y subvenciones nacionales, garantizar la continuidad del suministro y conseguir precios mas bajos.
La CECA es considerada como la precursora de lo que hoy es la Unión Europea (UE). Fue la primera de una serie de instituciones supranacionales y los organismos que albergaba en su estructura constituyeron el embrión de los que hoy constituyen la estructura de la UE:
La Alta Autoridad de la CECA, cuyo primer presidente fue el francés Jean Monnet, estaba compuesta por nueve representantes y es considerada la precursora de la actual Comisión Europea.
La Asamblea de la CECA, es la precursora del actual Parlamento Europeo, al estar constituida por representantes nombrados por los parlamentos nacionales.
El Consejo de Ministros, constituido por ministros de los seis países que la formaban, derivaría en el actual Consejo de Ministros de la UE.
El ejemplo de la CECA fue extendiéndose a otros sectores económicos hasta llegar a la construcción de la Europa Política, tal como había predicho Robert Schuman.
En ese largo camino, fueron sucediéndose hitos tan importantes como la firma de los tratados de Roma, el 25 de marzo de 1957, por los que se creaban la Comunidad Económica Europea (CEE) y la Comunidad Europea de la Energía Atómica (Euratom); o la constitución de la primera Asamblea Parlamentaria Europea, actual Parlamento Europeo, en la reunión celebrada en Estrasburgo (Francia), el 19 de marzo de 1958, con Robert Schuman como presidente elegido.
El tratado de la CECA expiró el 23 de julio de 2002, 50 años más tarde de su entrada en vigor, no sin antes haber cumplido los fines y objetivos previstos.
Jesús Manrique Braojos