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Tal día como hoy de 1772, nacía en Valencia Vicente López Portaña, y si hacemos caso a la experiencia de otro artista, Salvador Dalí, fue entonces cuando abandonó la calidez y colorido rosa y azul del útero materno. Según cuentan, solo se llegará a sensaciones parecidas en el momento de la muerte, donde se produce una visión casi cinematográfica envuelta de flashes luminosos de los momentos más importantes vividos en este mundo. Si esto es así, no me cabe la menor duda que Vicente López en ese instante pudo ver otra vez la mirada de otro insigne pintor español, Francisco de Goya, justo cuando le estaba retratando y sin duda en lo más hondo de su ser se estremecería. Vicente López, con 54 años, abrazaba entonces y dominaba las exigencias que le planteaba el mercado, sumergido en la llamada corriente del Romanticismo, siendo, además, el pintor preferido por la nobleza y la alta burguesía, hasta el punto de haber sido nombrado primer pintor de Corte por el rey Fernando VII.
Vicente López fue un artista sólido, con gran experiencia, pero que frente al retrato que tiene que hacer a su amigo Goya, tal y como consta en la firma y dedicatoria del propio cuadro, seguro presentaría una cierta inseguridad. El retratado no era un noble, no era un burgués, era un maestro de 80 años, título ganado por la interpretación plástica personal de lo vivido. En ese momento, un tanto pasado de moda para las exigencias estéticas del momento. Vicente López nacerá barroco y morirá romántico. Goya, por el contrario, nació barroco y todavía no ha muerto. En el universo del arte, los ciclos de la vida y de la muerte siguen sus propias leyes y, en algunos casos, muy pocos, se alcanza la inmortalidad.
Vicente López, después una vida longeva, demostró ser un grandísimo artista, que contó con el privilegio de pintarle a él, al monstruo, al genio que sigue vivo y al que todos los artistas buscamos sin descanso, simplemente para que nos dedique una mirada como esa que le dedicó a Vicente López Portaña.
En el Salón de Embajadores del Palacio de Buenavista, hoy convertido en Cuartel General del Ejército de Tierra, dos magníficos retratos de Fernando VII comparten espacio. Paradojas de la vida, fueron realizados, respectivamente, por Francisco de Goya y Lucientes y por Vicente López Portaña. Dos miradas y dos visiones que no pueden ser más diferentes y no sólo por representar al rey en dos etapas muy alejadas de su vida. En la primera versión, la del artista genial que fue Goya, el rey es joven y viste uniforme militar sobre un fondo de batalla; en la segunda, la de Vicente López, el rey es visto como un gobernante maduro y experimentado y así es retratado con toda la maestría y solvencia propias de este pintor.
Paco Santana