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En el año 1119, siete caballeros, liderados por el noble francés de Champaña Hugh de Payens, juraron defender a los peregrinos cristianos en Jerusalén y Tierra Santa, para lo que se creó una hermandad que adoptó votos monásticos, incluido el de la pobreza, y cuyos miembros vivirían juntos según un estricto código de conducta establecido.
En 1120, Balduino II, rey de Jerusalén (1118 a 1131), entregó su palacio, la antigua mezquita de Aqsa, en el Templo del Monte de Jerusalén, a los caballeros de esta hermandad para que lo utilizaran como sede, por lo que la hermandad fue llamada «Orden de los Caballeros del Templo de Salomón», o simplemente «templarios».
En 1129 fueron reconocidos oficialmente por el papa Honorio II, en el Concilio de Troyes. Fue una de las primeras órdenes militares en crearse y en un principio se les consideró como una rama de los monjes cistercienses.
En 1145, los caballeros templarios recibieron permiso para llevar manto con capucha blanca y empezaron a lucir la cruz roja sobre este fondo blanco y la Iglesia les dio el respaldo en su lucha, siempre que fuera por una causa justa. La primera gran batalla en la que participaron fue en 1147, contra los musulmanes en el curso de la segunda cruzada (1147-1149).
La Orden creció en poder económico, a lo largo de los dos siglos en los que se mantuvo activa, gracias a las donaciones de los simpatizantes que reconocían la importancia de su papel como defensores de los valores cristianos, y desde todas las clases sociales recibían todo tipo de donaciones (dinero, tierras, caballos, equipo militar, comida, …) invirtiendo el dinero en la compra de propiedades que originaban importantes ingresos por lo que terminaron poseyendo granjas, viñedos, molinos, iglesias, pueblos y todo aquello que consideraban buena inversión. Además, sus arcas aumentaban gracias a botines y tierras adquiridas como resultado de campañas victoriosas, así como la potestad de exigir tributos a las ciudades conquistadas. Con el tiempo la Orden se estableció en la mayoría de los estados de Europa Occidental desde donde el dinero fluía para mantener a los caballeros, sus escuderos, sus equipos y armaduras además de pagar impuestos al Estado, donaciones al papado, diezmos a la Iglesia y ayuda a los pobres.
Su principal campo de acción fue en las Cruzadas, siempre en los lugares de mayor riesgo defendiendo a los ejércitos en movimiento, siendo especialmente conocidos por sus disciplinadas cargas a caballo, actuando en formación cerrada, con las que eran capaces de quebrar las líneas enemigas.
Con el transcurso de los tiempos fueron convirtiéndose en una amenaza militar para los gobernantes de los países occidentales que desconfiaban de las órdenes militares, más aún cuando empezaron a acumular grandes cantidades de propiedades y reservas de dinero. Fueron acusados públicamente de corrupción y de sucumbir al orgullo y a la avaricia, aunque la mayoría de las críticas exageraban su riqueza real y se basaban en un sentimiento de envidia y desconfianza.
Ya al principio del siglo XIV, el rey de Francia Felipe IV pidió prestado dinero a la Orden, creyendo que podía hacerlo sin límite (los templarios exigían siempre un interés a los préstamos que hacían) pero Felipe IV no quiso resarcir su gran deuda con la Orden y en lugar de devolver el dinero pidió apoyo al papa Clemente V y en 1307 muchos miembros de la Orden fueron arrestados en Francia, sometiéndoles a torturas para demostrar que eran «aliados del diablo» (se les acusaba de sodomía, de desprecio al crucifijo, de adorar a ídolos, de negar la divinidad de Cristo, …). Ese mismo año Jacques de Molay (último Gran Maestre que tendría la Orden) fue «despedido» de su cargo por el Papa Clemente V.
El destino de la Orden, en su conjunto, se decidió en el Concilio de Vienne (1311) en el que hubo confesiones (logradas mediante tortura) de culpabilidad de los caballeros de Francia, Italia e Inglaterra, pero no así de los templarios de Chipre y la Península Ibérica.
El Papa Clemente V (cautivo en Aviñón por orden de Felipe IV) declaró oficialmente el fin de la Orden, el 22 de marzo de 1312, en la Bula Vox in excelso. Los bienes de los templarios pasaron a la Orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén.
El Gran Maestre Jacques de Molay murió quemado en una pira el 18 de marzo de 1314, maldiciendo al rey Felipe IV, a todos sus descendientes, al Papa Clemente V y a todos los que apoyaron su muerte, maldición que se cumplió ya que ambos murieron a lo largo de ese año 1314 (el Papa el 20 de abril y Felipe IV el 29 de noviembre).
José Emilio Roldán Pascual