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Durante los convulsos años de la Edad Moderna muchas de las potencias de la época tuvieron grandes problemas con la aparición de Carlos I de España y V de Alemania, descendiente, por parte de padre, de la Casa de Habsburgo, y, por parte de madre, de la Casa Trastámara por lo que reunía, bajo su mando, enormes posesiones: Castilla, Aragón, Nápoles, Sicilia, las Indias, posesiones austriacas y Borgoña y, además, a partir de 1520, el trono imperial del Sacro Imperio Germánico, lo que le convirtió en el hombre más poderoso del mundo.
Por otro lado, encontramos al rey de Francia Francisco I, quien, al fracasar en su intento de convertirse en emperador, se encontró con su país rodeado por territorios de Carlos. Fue entonces cuando el rey francés decidió atacar, comenzando la llamada “guerra italiana” de 1521 a 1526, en la que estuvo en juego la hegemonía en Europa.
El rey francés decidió conquistar el ducado de Milán, tierra imperial, al mismo tiempo que atacaba las posesiones de Carlos en los Países Bajos y se unía a Enrique II de Navarra, en su intento de recuperar este territorio. Los únicos apoyos que tuvo Francia fueron las fuerzas de Enrique II, la república de Venecia y un grupo de mercenarios contratados. Por la otra parte estaban las fuerzas de la monarquía hispánica y el Sacro Imperio Germánico a los que se unieron el reino de Inglaterra y los Estados Pontificios. Las primeras victorias fueron de Carlos, pero no pudo impedir que, en 1524, Francisco tomara Milán y obligara a las tropas españolas a huir de la ciudad. Todos estos hombres se atrincheraron en Pavía.
A finales de octubre de 1524, treinta mil soldados franceses, bajo el mando del propio rey Francisco, pusieron sitio a la ciudad de Pavía defendida por el veterano general navarro Antonio de Leyva que, junto a seis mil soldados, sin apenas víveres, se habían hecho fuertes en la plaza.
La situación en Pavía se complicó ya que los lansquenetes alemanes, que formaban parte del contingente español, comenzaron a quejarse de que no recibían el dinero acordado, lo que llevó a que los generales españoles decidieran empeñar sus pertenencias personales para pagar a estos mercenarios, mientras que los arcabuceros españoles decidían renunciar a su sueldo, viendo la situación. Antonio de Leyva hizo ver a sus hombres que todo lo que esperaban, comida y botín, estaba tras las líneas francesas.
El 24 de febrero de 1525 los asediados salieron al campo coincidiendo con la llegada de 25.000 hombres de refuerzo que enviaba el emperador, al mando de Carlos de Lonnay y Fernando de Ávalos, que equilibraron el combate y formaron una tenaza que atrapó a los franceses, dando pie a que la infantería española y los lansquenetes alemanes barrieran a la infantería y a la caballería francesas. Las bajas entre las tropas francesas fueron abrumadoras, alrededor de 15.000 hombres muertos y heridos, casi la mitad del contingente, mientras las armas imperiales perdieron tan sólo 1.500 soldados.
En medio de la batalla, tres españoles, Juan de Urbieta, Diego Dávila y Alonso Pita da Veiga apresaron al rey Francisco I, que fue llevado preso a Madrid y encarcelado en la Torre de los Lujanes, donde, en 1506, firmó el Tratado de Madrid en el que renunciaba a sus pretensiones sobre Flandes, Borgoña y los territorios italianos y aceptaba contraer matrimonio con la hermana de Carlos.
Al volver Francisco a Francia, el Tratado fue abolido, lo que hizo que las hostilidades entre ambos países continuaran los años siguientes, convirtiéndose la rivalidad, entre Carlos y Francisco, en una de las mayores de la historia.