Busque en el archivo de publicaciones o dentro de este sitio web
El tiempo había sido muy adverso para la escuadrilla expedicionaria en Rusia durante finales de diciembre de 1942 y la primera mitad de enero de 1943. Pero no todo iban a ser desgracias para el personal español: el tiempo mejoró sensiblemente y comenzaron a producirse pequeñas escaramuzas. En una de ellas, el día 27 de enero, se obtuvo la mayor victoria aérea hasta entonces (siete derribos en un solo día). En el primer servicio de caza libre despegaron el teniente Emiliano Barañano y el alférez Vara de Rey. Cuando llevaban poco tiempo de vuelo, avistaron una formación enemiga de Petliakov Pe 2, lanzándose enseguida sobre ellos. Este bimotor, utilizado por los rusos como bombardero ligero, tenía una tripulación compuesta por tres hombres. Se distinguía por su rapidez, pues podía alcanzar los 500 km/h.
Únicamente encontrándose en el aire y a su altura era posible alcanzarlo y atacarlo, siendo entonces muy vulnerable. Eso fue lo que ocurrió aquel día: Barañano y Vara de Rey comenzaron a abrir fuego contra los últimos de la formación. El atacado por el alférez fue alcanzado a los primeros disparos, entrando en barrena y estrellándose contra el suelo, donde hizo explosión (dos tripulantes consiguieron arrojarse en paracaídas). Mientras tanto, al avión ruso atacado por el teniente Barañano comenzó a arderle el motor derecho a los primeros impactos recibidos. Despedía grandes llamaradas, perdiendo poco a poco altura, hasta entrar en un picado muy pronunciado, estrellándose. Metidos entre la formación rusa, dirigieron el ataque sobre el resto de los aparatos. El teniente Barañano atacó a uno de ellos, disparando con las ametralladoras y cañón desde escasa distancia. El avión enemigo comenzó a despedir humo negro al ser alcanzado e inició un fuerte picado, viéndose obligado a separarse de la formación.
Su suerte estaba echada: el ya veterano piloto español, con setenta y siete servicios de guerra alcanzados con la anterior escuadrilla, inició un viaje persiguiéndole y le dio dos pasadas, consiguiendo a la segunda, y cuando ya volaba muy bajo, que se precipitase a tierra, en donde nuevamente lo ametralló, para su total destrucción (observó cómo dos tripulantes abandonaban el avión y huían en distintas direcciones). El alférez Vara de Rey atacó en forma similar a como lo hizo al anterior avión; agotó la munición de cañón y consiguió derribarle. Se habían conseguido los dos primeros dobletes de la Tercera Escuadrilla.
Pero las alegrías de aquel día aún no habían finalizado. Otra pareja se encontraba en el aire: el que sería máximo «as» de todos los pilotos españoles en Rusia, el capitán Gonzalo Hevia, y otro veterano de la Segunda Escuadrilla, el alférez Beriaín, con ochenta y cinco servicios de guerra a sus espaldas. El capitán Hevia relató mucho después cómo fue su primera victoria:
Volábamos en una misión típica de protección a un Focke Wulf 189, un avión de reconocimiento, con una carlinga acristalada asimétrica y doble fuselaje con dos timones. Volaba a poca velocidad, reconociendo el frente, y nosotros debíamos protegerlo y avisarle del peligro si venían rusos a atacarle. Al llegar al sector de Jelez avistó mi punto, el alférez Beriaín, unas estelas de las que me dio la alarma. Al tratar de observarlos y distraerme un momento, vi una formación de tres aparatos que se dirigían a atacar al Focke Wulf 189: eran cazas Lagg-3. Ordené a mi punto que atacara al que se encontraba más bajo, mientras yo lo hacía al más alto, que en aquel momento viraba para ponerse en la cola de nuestro avión de reconocimiento. Incliné mi Messerschmitt a la derecha, le colimé con mucha corrección y disparé. Aquel piloto no sabía lo que hacía, se colocó delante de mí y pude observar cómo él mismo se metía en el chorro de fuego desde el buje a la cola, empezando a echar humo. Se estrelló contra el suelo; se puede decir que se derribó prácticamente solo.
El alférez Beriaín, amparado en su experiencia, se colocó en la cola del otro Lagg-3, que, encelado con su víctima, el Focke Wulf 189 de reconocimiento, no detectó la presencia del avión español. Beriaín, que había quitado los seguros de sus máquinas, apretó el disparador y vio cómo sus proyectiles hacían blanco en la cabina y los planos del avión enemigo, el cual comenzó a efectuar un picado, primero con suavidad, pero que poco a poco se fue acentuando hasta llegar al suelo, en donde se estrelló. Cuando se felicitaba con su capitán por la victoria obtenida, observaron cómo aparecían otros seis cazas rusos Lagg-3, que se dirigían hacia la presa más fácil, el pequeño avión de reconocimiento. Beriaín se dio cuenta rápidamente de que el último de la formación no le había visto; se acercó por detrás y algo más bajo. A los primeros disparos el avión entró en barrena, despidiendo una densa estela de humo.
Rafael de Madariaga Fernández