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En el siglo XVIII, la bandera que enarbolaban los buques españoles era la blanca con el escudo de los Borbones, que había sustituido a otra, también blanca, con la cruz de San Andrés. En Europa había otros reinos en los que gobernaban miembros de la familia Borbón, con lo que las banderas eran indistinguibles en la mayoría de las ocasiones. Otro tanto pasaba con los buques ingleses en los que ondeaba la bandera blanca con la cruz de San Jorge. Ello daba lugar a situaciones peligrosas o simplemente embarazosas, al no poder distinguir rápidamente la nacionalidad de los buques a la vista.
El rey Carlos III decidió que los buques españoles enarbolasen una bandera con colores que los hiciesen fácilmente reconocibles ante amigos y enemigos. Por ello, encargó al ministro de Marina, que por entonces era Antonio Valdés, que convocase un concurso de diseño, para que el monarca pudiera elegir entre las finalistas. El ministro seleccionó doce diseños y se los presentó al rey para que eligiera cuál sería la bandera de los buques españoles. El monarca escogió dos de ellos, uno para la Marina de Guerra y otro para la Marina Mercante. Su decisión se publicó en forma de Real Decreto el 28 de mayo de 1785. Dejemos que el decreto hable por sí mismo:
«Para evitar los inconvenientes, y perjuicios, que ha hecho ver la experiencia puede ocasionar la Bandera nacional, de que usa mi Armada naval, y demas Embarcaciones Españolas, equivocándose á largas distancias, ó con vientos calmosos con las de otras Naciones; he resuelto, que en adelante usen mis Buques de guerra de Bandera dividida á lo largo en tres listas, de las que la alta, y la baxa sean encarnadas, y del ancho cada una de la quarta parte del total, y la de en medio amarilla, colocándose en esta el Escudo de mis Reales Armas reducido á los dos quarteles de Castilla, y Leon con la Corona Real encima; y el Gallardete con las mismas tres listas, y el Escudo á lo largo, sobre quadrado amarillo en la parte superior: Y de las demas Embarcaciones usen, sin Escudo, los mismos colores, debiendo ser la lista de en medio amarilla, y del ancho de la tercera parte de la Bandera, y cada una de las restantes partes dividida en dos listas iguales encarnada, y amarilla alternativamente, todo con arreglo al adjunto diseño. No podrá usarse de otros pavellones en los Mares del Norte por lo respectivo á Europa hasta el paralelo de Tenerife en el Océano, y en el Mediterraneo desde primero del año de mil setecientos ochenta y seis: en la América Septentrional desde principio de Julio siguiente; y en los demas Mares desde primero del año de mil setecientos ochenta y siete. Tendréislo entendido para su cumplimiento».
«Señalado de mano de S.M. en Aranjuez á veinte y ocho de Mayo de mil setecientos ochenta y cinco». A D. Antonio Valdés.
La bandera tuvo mucho éxito entre la población y su uso se extendió rápidamente fuera incluso del ámbito marítimo. De esta manera, en la Guerra de la Independencia apareció por primera vez en la batalla de Bailén.
La reina Isabel II, mediante Decreto del 13 de octubre de 1843 unificó la bandera nacional e institucionalizó la rojigualda como bandera del reino.