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Fue la vida de Cervantes – nacido en Alcalá de Henares el 29 de septiembre de 1547 y fallecido en Madrid el 22 de abril de 1616 – la de un soldado, base de sus páginas de gloria, de su literatura de valores castrense, de amor a unos principios, a una religión y a una patria.
Soldado y herido en Lepanto con la secuela de la mano izquierda lisiada, de ahí su sobrenombre de “el manco de Lepanto”, de cuya batalla fue el mejor cronista, permaneció unos cinco o siete años más luchando por el honor de España.
Como buen soldado y modélico autor literario hace la siguiente loa del militar ilustrado:
«No hay mejores soldados que los que se trasplantan desde la tierra de los estudios a los campos de guerra; y ninguno salió de estudiante para soldado que no lo fuese por extremo; porque cuando se avienen las fuerzas con el ingenio y el ingenio con las fuerzas hacen un componente milagroso en quien Marte se alegra, la paz se sustenta y la república se engrandece»
El estudio hace más completo al militar Y el elogio es para el militar ilustrado y no restringidamente militar. Su vida no desentona con lo que iba contando en sus libros. Es más: él mismo podía haber sido el personaje de alguno de ellos, opina algún estudioso de sus obras. Lo que no parece que acabó descubriendo su entusiasta admirador es que así fue en muchas de ellas, si bien disfrazando con perfección sus dolores físicos y, sobre todo, morales.
Como si un psicoanalista se lo prescribiera, fue haciendo emerger al consciente los recuerdos sumergidos en el subconsciente, que le producían trastornos de carácter y tal vez de la conducta. Pero no basta con recordar, sino que se tiene que descargar contándolos (catarsis) y como no tenía en quien volcarse se libró de sus pesadillas plasmándolas en el papel.
Cervantes no ha escrito novelas ni literatura alguna: ha escrito su vida, que nos regaló en sus escritos.
José Ramón Navarro Carballo