Busque en el archivo de publicaciones o dentro de este sitio web
El día anterior, ante la inminente ocupación de Santiago de Cuba, Ramón Blanco, el Capitán General de la Isla, ordenó que la flota de la Armada Española bajo el mando del almirante Cervera abandonara la bahía para que no cayera en manos de Estados Unidos. El almirante estaba convencido de que se le había pedido algo imposible desde que abandonó su tierra en esta misión. Cargaba en su conciencia con la responsabilidad por la vida de más de 2 mil soldados. Sin embargo, cumplió las órdenes recibidas.
Al amanecer del 3 de julio daba comienzo uno de los episodios militares más trágicos de la Guerra Hispano-Americana de 1898, la batalla naval de Santiago de Cuba.
Recojamos lo que dijo el almirante Cervera antes del combate:
«Ha llegado el momento solemne de lanzarse a la pelea. Así nos lo exige el sagrado nombre de España y el honor de su bandera gloriosa. He querido que asistáis conmigo a esta cita con el enemigo, luciendo el uniforme de gala. Sé que os extraña esta orden, porque es impropia en combate, pero es la ropa que vestimos los marinos de España en las grandes solemnidades, y no creo que haya momento más solemne en la vida de un soldado que aquel en que se muere por la Patria.
El enemigo codicia nuestros viejos y gloriosos cascos. Para ello ha enviado contra nosotros todo el poderío de su joven escuadra. Pero sólo las astillas de nuestras naves podrá tomar, y sólo podrá arrebatarnos nuestras armas cuando, cadáveres ya, flotemos sobre estas aguas, que han sido y son de España ¡Hijos míos! El enemigo nos aventaja en fuerzas, pero no nos iguala en valor. ¡Clavad las banderas y ni un solo navío prisionero! Dotación de mi escuadra: ¡Viva siempre España!
¡Zafarrancho de combate, y que el Señor acoja nuestras almas!»
Comenzó a navegar rumbo a sus adversarios a las 9 de la mañana del día 3 de julio de 1898. Iba embarcado en el buque insignia, el Infanta María Teresa. Tras él, la flota fue saliendo a través del estrecho canal de la bahía, de uno en uno y en orden decreciente según el tamaño y potencia de fuego. Navegaron a plena luz del sol y pegados a la costa. Todos los barcos cayeron bajo el fuego enemigo. Algunos expertos aseguran que esta estrategia permitió sobrevivir a miles de marinos que, tras desigual combate contra la fuerte flota estadounidense, lograron hacer embarrancar los buques españoles dañados por el fuego enemigo y nadar hasta sobrevivir.
El balance de bajas de esta acción es abrumador: 1 marinero estadounidense muerto y 2 heridos, frente a 343 españoles muertos, 151 heridos y 1.890 prisioneros de guerra, entre ellos el almirante Cervera.
La destrucción de la escuadra de Cervera supuso la pérdida automática de la isla de Cuba, al que dar aislada de la península y sin posibilidades de recibir refuerzos. El tratado de París, mal negociado, supuso la pérdida añadida de Puerto Rico.
José Manuel Roldán Tudela