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El 21 de octubre de 1615 y una vez tasada la Segunda Parte de Don Quijote de la Mancha por Hernando de Vallejo, escribano de Cámara del Rey, Cervantes la dedica al conde de Lemos el último día del mismo mes. Acababa de nacer el texto literario que, a modo de piedra filosofal, compondría una poética perfecta de lo humano en mezcla indisoluble de realidad y ficción.
En este libro, expresión de los desengaños vitales de Cervantes, se perfecciona la Primera Parte en cuanto que se desnudan y vertebran hechos y conductas universales válidas en su tiempo y también en el actual. Se renuevan los votos de lealtad entre don Quijote y Sancho, y se certifica la obstinación del cura, del barbero y ahora de un bachiller por retornarlo a su lugar de la Mancha, metáfora de la cordura.
Las aventuras, que pudiesen leerse como comedia o parecer tal, son un peregrinaje que expone a don Quijote y Sancho a colisión continua con los ideales del primero y con la conveniencia del segundo. A través de ese tránsito se exploran múltiples pares de contrarios: realidad frente a ficción en el encantamiento en la imagen ficticia de Dulcinea o en el vuelo de Clavileño, talento frente a la gestión social de la relevancia junto al caballero del Verde Gabán, riqueza frente a industria en las bodas de Camacho y veras y burlas en el palacio de los duques.
La literatura se estremece en los capítulos en los que don Quijote ilustra a Sancho sobre las calidades de alma y de cuerpo necesarias para el buen gobierno. Sus consejos suponen el espejo de príncipes más sublime de las letras hispanas y, aún hoy, código de alteza moral plenamente válido. Los sucesos derivados de la gestión de Sancho en su gobierno, la administración de justicia y el trato con sus nuevos súbditos contrastan con el viaje a Barcelona de don Quijote, viaje en el que la cortesía de una acogedora ciudad y las escenas de un combate naval propias de la nostalgia del infante de marina Cervantes, preludian el fin de tan dilatada aventura.
A lanza del caballero de la Blanca Luna, don Quijote es vencido en la playa de Barcelona y conmina a su vencedor a quitarle la vida, pues no está dispuesto a abjurar de su dama sacralizada, que es espejo de su honra. En dama y honra sustenta don Quijote su vida ideal.
En este último tramo don Quijote comienza su tránsito hacia la realidad y Sancho, desengañado del gobierno de la ínsula Barataria, se despega de ella en curso a un nuevo y desprendido misticismo. Ambos deciden generar un paraíso pastoril en el que refugiarse del fracaso mutuo y en el que consagran su amistad que, por literaria, supera a la humana que cantasen Cicerón o Garcilaso.
Don Quijote recuperará la cordura poco antes de morir, dedicando a Sancho la frase que mejor dibuja la lealtad entre ambos: si una ínsula le prometió cuando loco, un reino le daría como cuerdo. Esta obra inmortal es una llamada y una terapia no ya contra la locura derivada del consumo de textos perversos, sino contra la estulticia de aquellos que los generan y distribuyen a mala voluntad, y contra la estupidez de quienes los indultan. La Segunda Parte de don Quijote de la Mancha es terapia y remedio seguro contra la maldición de la ignorancia.
Carlos Presa López