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Hablar de pintura militar y de Velázquez es hablar de un solo cuadro, magnífico y complejísimo, el de la Rendición de Breda, más conocido como «Las Lanzas», tantas veces comentado por su maestría compositiva y cuya huella en la historia del arte posterior es indiscutible.
Cierto es que Velázquez pintó también una serie de retratos reales en los que el efigiado aparece con rica armadura y bastón de mando como máximo jefe de los ejércitos, tal y como lo vemos en los retratos ecuestres de los reyes Felipe III y Felipe IV o del príncipe Baltasar Carlos y hasta del conde-duque de Olivares. También retrató al rey Felipe IV con una rica armadura. Pero estos deben ser considerados retratos áulicos más que retratos militares, aunque su iconografía nos remita, ineludiblemente, al oficio, al menos teórico, de la guerra.
De nombre Diego, Velázquez tenía un apellido más largo, Rodríguez de Silva Velázquez, que acortó a la usanza andaluza para adoptar el de su madre. Nació y se formó en Sevilla, pero trabajó fundamentalmente en la corte de Madrid tras el casamiento con la hija de su maestro y mentor, el pintor sevillano Francisco Pacheco. Sus obras, no demasiadas pues hubo de compatibilizarlas con los varios oficios y mercedes que pronto le encomendaría Felipe IV (pintor de cámara, aposentador de palacio, decorador del Buen Retiro, de la Torre de la Parada, del Alcázar, del Pabellón para la boda de Margarita y Luis XIV…) fueron por tanto en su mayoría, encargos reales, desde donde pasarían a formar parte de las colecciones del Museo Nacional del Prado.
Según sus contemporáneos, Velázquez alcanzó «la verdadera imitación de la naturaleza», siendo uno de los primeros exponentes en España del nuevo naturalismo de Caravaggio y Ribera. También fue influido por Tiziano y por Rubens, con quien llegó a trabajar en colaboración cuando éste visitó la Corte española. Muy ligado a la Casa de los Austrias, tan solo estuvo fuera del país en dos ocasiones, en Italia, la primera en viaje de estudios y la segunda, en 1649, con la comisión del rey de adquirir obras de arte para sus palacios.
A su vuelta de Italia pronto colgaron en el Salón de Reinos del Buen Retiro, cuya decoración se le había encargado, cinco retratos ecuestres reales, incluidos los de las reinas- y «Las lanzas o la rendición de Breda» entre los cuadros dedicados al ensalzamiento de los logros de la Monarquía. «El dios Marte», si es que puede considerarse una pintura guerrera y no mitológica, fue en cambio destinado a un pabellón de caza, la Torre de la Parada.
Velázquez murió en Madrid el 6 de agosto de 1660 habiendo sido investido Caballero de la Orden de Santiago, máxima aspiración para quien siempre quiso hacer de la pintura un arte elevado y no el oficio de un mero artesano.
Mónica Ruiz Bremón