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Se cumplen doscientos años de un sangriento episodio bajo el reinado de Fernando VII protagonizado en Madrid por dos grupos armados: la Guardia Real y la Milicia Nacional, dependiente del Concejo.
El pronunciamiento de Riego en 1820 había restablecido la Constitución de Cádiz que el rey juró diciendo: Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional, pero la división de los liberales moderados y exaltados motivó innumerables excesos, culminados con el asesinato de Matías de Vinuesa.
Ya el 6 de julio de 1822 el Ayuntamiento fue alertado del ataque de la Guardia Real que, por la tarde, llegó a la Puerta de Hierro. De madrugada, la Milicia tomó el Ayuntamiento. Los guardias gritaban ¡Viva el rey absoluto! y la Milicia respondía con Vivas a la Constitución y disparos de fusilería y de artillería, pues, para impedir el acceso a la plaza, instaló frente a la calle de la Amargura un cañón mandado por el capitán Ribera, quien se sentó a fumar a su lado y, al dar la señal de fuego, clamaba con tranquilidad y energía: viva la Constitución, boten fuego. Los sublevados se rindieron en la Casa de la Panadería, sede del Concejo, resultando tres milicianos muertos y cuarenta heridos, mientras que la Guardia Real tuvo catorce muertos, no quedando constancia de sus heridos.
El triunfo del Siete de Julio se atribuye a Evaristo San Miguel, cuya subida al poder no liquidó la resistencia absolutista. En 1823, la Santa Alianza intervino en España con los Cien Mil Hijos de San Luis, que tuvieron apoyo de numerosos españoles en su ocupación. Los liberales se retiraron a Cádiz, pero, el 31 de agosto, se rindieron a los invasores devolviendo el poder al monarca y, aunque Fernando decretó un olvido general, completo y absoluto de todo lo pasado, sin excepción alguna, comenzó una dura represión que ejemplifica la ejecución de Riego, manteniéndose como monarca absoluto hasta fallecer en 1833, dando paso a la Regencia en nombre de Isabel II, mientras comenzaba la I guerra carlista, durante la cual San Miguel, regresó a España, falleciendo en Madrid, en 1862. Reposa en el Cementerio de la Florida, junto a los patriotas asesinados por los franceses en 1808.
La Milicia Nacional cobró gran importancia en la política decimonónica. Hoy conserva su recuerdo la Sociedad Filantrópica de Milicianos Nacionales Veteranos, que desde 1839 dio ayuda en la enfermedad y en las exequias a aquellos hombres de agitada vida y, en muchas ocasiones, triste muerte, pero, extinguida su función de subvenir necesidades de milicianos, mantiene su memoria, estudia su papel en la Historia y, cada 7 de julio, los homenajea en la calle Siete de Julio, bajo el lema Fidelidad a la Constitución, sin formular condenas o absoluciones retroactivas que nadie tiene legitimidad para impartir, pero reflexionando sobre las circunstancias actuales. Al contrario que en 1822, dos siglos después tenemos un Rey identificado con los principios constitucionales y los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, las administraciones públicas, la milicia y las fuerzas de orden público, los partidos y sindicatos, las confesiones religiosas, la cultura y los medios de comunicación, la economía, la banca, el deporte y todas las facetas sociales están obligados, como toda la ciudadanía, a respetar las leyes, sin renunciar a modificar el ordenamiento usando los cauces previstos para ello, no el mero desacato.
Galdós recuerda que se gritaba ¡Viva la Milicia Nacional! Cuando de la Milicia no queda más que el recuerdo, invitamos a repetir: ¡Viva la Constitución! ¡Viva el Rey! ¡Viva España!
José Luis Sampedro Escolar