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Tras finalizar la ceremonia de juramento de Carlos I (1518), como rey de Castilla y León, en el Colegio vallisoletano de San Gregorio, los procuradores dirigieron al monarca 88 peticiones, entre las que figuraban el rechazo a contribuir económicamente al plan del rey de ser nombrado emperador del Sacro Imperio Germánico, así como su negativa a que la Corona extrajera metales preciosos y utilizara fondos dinerarios o caballos en proyectos reales fuera de Castilla y León.
A estas exigencias, que planteaba el nuevo rey, se añadieron otros problemas: Carlos I había llevado consigo un gran número de nobles y clérigos flamencos, de los que ninguno de ellos, incluido el propio rey, hablaban castellano y que causaron inquietud en la población castellanoleonesa, cuyos nobles temieron perder poder y estatus social.
Este cúmulo de agravios provocó un descontento que se fue transmitiendo a las capas populares, llegando a aparecer pasquines en contra del rey en las iglesias.
El 7 de noviembre de 1519, en Toledo, los jefes del movimiento ya denominado “comunero” presentan el “Primer Manifiesto” a los castellanos en contra de la política de Carlos I
Tras las Cortes de Santiago y La Coruña (1520), coincidentes con la salida del del rey para su elección imperial en Alemania, se produjeron una serie de revueltas urbanas que se coordinaron e institucionalizaron, desembocando en la “rebelión de los comuneros”, cuyos principales líderes fueron Juan Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, que buscaron el respaldo de Juana la Loca, madre del emperador, aunque ella nunca dio su consentimiento al levantamiento.
Los primeros incidentes se produjeron en Toledo y en Segovia, ciudad ésta donde fueron «ajusticiados» dos funcionarios reales a manos de los comuneros. De aquí, el conflicto pasó de ser una protesta contra la presión fiscal de la Corona a una auténtica revolución en el centro de la Meseta y en otros lugares, como Murcia.
El 23 de abril de 1521, las tropas imperiales derrotaron a las comuneras en la batalla de Villalar, siendo allí mismo decapitados Padilla, Bravo y Maldonado.
El movimiento “comunero” ha atraído desde siempre la atención de historiadores y ha sido mitificado y utilizado políticamente. Los intelectuales conservadores han tendido siempre a posiciones más favorables a la postura imperial mientras la postura de los liberales era considerar la batalla de Villalar como una derrota de sus propios sentimientos y principios.