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La expansión marítima del imperio otomano alcanzó niveles dramáticos para Occidente cuando intentaron apoderarse de Malta salvada por la oportuna intervención de las fuerzas enviadas por Felipe II, cuando ayudaron al levantamiento de las Alpujarras, financiado y apoyado desde la regencia de Argel, y cuando el asalto a Chipre, donde las atrocidades cometidas en la toma de Famagusta disiparán las dudas venecianas a la hora de involucrarse decisivamente en la Santa Liga.
Entre las potencias católicas no se contó con Francia pues, su cristianísima majestad se alió con el turco. Inglaterra tampoco participó y S.S. Pio V y Felipe II pudieron aliarse con Venecia, Génova y Malta.
Tomó el mando de la armada de la Santa Liga D. Juan de Austria («Hubo un hombre enviado por Dios que se llamaba Juan»), el vencedor de las Alpujarras y general de mar que se había ejercitado en el Mediterráneo. Los gastos del armamento fueron financiados en su mitad por España, en 1/3 por Venecia y en 1/6 por los Estados Pontificios.
Don Juan concentró su armada en Mesina y el día 17 de septiembre de 1571 zarpó para el Adriático. La escuadra turca estaba concentrada en Lepanto, golfo de Patras o de Corinto, al abrigo de los fuertes que se encuentran en la parte más estrecha de dicho golfo.
Ambos contendientes buscaron la sorpresa sin conseguirla y, por fin, el día 7 de octubre ambas armadas pudieron desplegar tras haber tomado sus respectivos jefes, la firme decisión de destruir al enemigo.
La armada de la Santa Liga, formó así:
Vanguardia:
– Mando: Juan de Cardona, 3 galeras españolas y 4 venecianas
Ala Derecha:
– Mando: Juan Andrea Doria: 25 venecianas, 23 españolas y 2 pontificias
Centro:
– Mando: Juan de Austria: 28 españolas, 27 venecianas y 7 pontificias, a su lado D. Luis de Requesens, la insignia de Venero (Venecia) y la de Colonna (Papales).
Ala Izquierda:
Mando: Agostino Barbarigo, lugarteniente de Sebastián Venero, jefe de la escuadra veneciana. 41 venecianas, 11 españolas y 3 pontificias
Reserva:
Mando: Álvaro de Bazán, 15 españolas, 12 venecianas y 3 pontificias.
Galeazas:
Mando: Francisco Duodo, 6 venecianas.
Transporte de material de sitio (no participaron en la batalla):
Mando: Carlos de Ávalos, 24 naves españolas y 2 venecianas
76 buques menores
Total: 204 galeras, 6 galeazas, 26 naves, 76 menores.
La escuadra turca, formó, en media luna, así:
Cuerno derecho
Mando: Mehemet Scirocco, 54 galeras y 2 galeotas
Centro
Mando: Alí Pachá, 87 galeras y 8 galeotas
Cuerno izquierdo
Mando: Uluch Alí, 61 galeras y 32 galeotas
Reserva
Mando: Murat Dragut, 8 galeras y 21 fustas
TOTAL: 210 galeras, 42 galeotas y 21 fustas.
Comenzada la batalla se entablo mortífera lucha en la izquierda y centro de la Santa Liga, contra los simétricos otomanos, la actuación de las cuatro artilladísimas galeazas venecianas que entraron en fuego causó grandes estragos entre los turcos, los arcabuceros de la Infantería española e italiana fueron mucho más contundentes que los ballesteros opuestos. Sin embargo, el cuerno izquierdo turco, de Uluch Ali, comenzó a navegar hacia el Sur, en línea de fila y Juan Andrea Doria le siguió a rumbo paralelo, cuando Uluch Ali vio la separación dejada entre Doria y el centro de D. Juan, ordenó una conversión a un tiempo y se dirigió sobre las galeras de Malta, únicas presas que consiguió. Don Álvaro de Bazán, que utilizó su reserva con maestría (socorrió con 200 arcabuceros a la Capitana de D. Juan en el momento más oportuno) y D. Juan de Austria, soltando con dolor las galeras apresadas, se dirigieron contra Uluch Ali que no pudo resistir su embate y huyó con 30 galeras a Pavesa, las únicas que se salvaron.
Perdidas otomanas: 25.000 muertos, 5.000 prisioneros, 12.000 forzados recobraron la libertad.
Perdidas de la Santa Liga: 15 galeras, 8.000 muertos (2.000 españoles, 800 papales, 5.200 venecianos).
Don Juan entró victorioso en Mesina con las galeras turcas remolcadas de popa y sus pendones arrastrando sobre la mar, para mayor humillación de los vencidos.
El Papa conmemoró el día instaurando la fiesta del Rosario, añadió una letanía y, finalmente, fue elevado a los altares, entre otras cosas, por la visión milagrosa del combate que tuvo en su despacho de la Santa Sede, certificada por varios testigos.
El cabo de Infantería de Marina Miguel de Cervantes, el famoso “manco de Lepanto”, sentenció sobre la batalla: «La más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros.
José María Blanco Núñez